MSc. Víctor Mendoza García
La historia de las microfinanzas se ha popularizado a partir de 1983, cuando el Premio Nobel de la Paz Muhammad Yunus crea en Bangladesh en banco Grameen para generar instrumentos de crédito a la población con pobreza económica de su país. A decir del propio Yunus, los pobres no tenían acceso al crédito precisamente por el hecho de ser pobres, pero pudo demostrar que a pesar de su insolvencia, los pobres eran gente de confianza que asumían sus compromisos. Lo anterior era más palpable cuando los créditos se destinaban a mujeres.
En 1985, nace el Instituto Mexicano de investigación de Familia y Población, A.C. (IMIFAP). Entonces, el Instituto se avocaba a desarrollar programas de atención a la salud de mujeres. En 2002 surge el primer programa de ahorro y microfinanzas dentro de la institución.
A partir de la creación del programa de microfinanzas y ahorro comunitario, se han establecido sistemas de ahorro donde los grupos de ahorradores denominados bancos comunitarios comienzan el emprendimiento de proyectos productivos apuntalados con sus propios recursos. De esta experiencia se han desprendido diversos proyectos productivos que dieron paso a la constitución de microempresas.
Por definición, microfinanzas se refiere a los programas de financiamiento para clientes de bajos ingresos. Hablamos de microcréditos cuando los servicios financieros están determinados para clientes que invierten en algún proyecto que le permitirá generar ingresos.
Con los programas Yo quiero Yo puedo, se han generado procesos locales de desarrollo en donde el objetivo central es el rompimiento del ciclo de la pobreza económica a partir de la reducción o eliminación de barreras psicosociales como son el miedo, la pena y la culpa entre otros. A partir de talleres vivenciales de formación, se pretende que los participantes se vuelvan agentes de cambio y que desaten procesos organizativos y proyectos de bienestar social.
El programa de microfinazas de Yo quiero Yo puedo implica la formación de organizaciones para la constitución de grupos de ahorro y crédito llamados “bancos comunitarios”. El banco comunitario es un pequeño grupo de 10 a 30 socios. Generalmente se componen de familias extendidas y vecinos de la misma comunidad. El proceso formativo inicia con el acta constitutiva del banco y la elaboración de su reglamento interno donde los socios deciden el monto de ahorro semanal, la tasa de interés y el nombre del banco. El ahorro mínimo debe ser de $20 semanales y los ciclos de ahorro se cierran a las 16 semanas, que es también el periodo de duración de la administración del comité (presidente, secretario y tesorero). Al finalizar el ciclo se hace un cierre del ejercicio y un corte de caja. Los socios deciden libremente si permanecen en el banco y de la misma forma, determinan el destino que darán a sus ahorros e intereses generados. Se nombra a un nuevo comité a quien se le confían los ahorros de los socios y se entrega la cartera de créditos, si hubiere, para su seguimiento y cobranza.
Hemos observado que las microfinanzas comunitarias a este nivel resuelven problemas de liquidez local. Los créditos solicitados generalmente son destinados a la compra de alimentos, artículos escolares y para satisfacer una necesidad repentina de efectivo como en caso de gastos derivados del curso de una enfermedad en la familia. En menor escala, se otorgan microcréditos para el emprendimiento de una actividad productiva, para lo cual se aplica el mismo mecanismo y reglas de financiamiento.
Una vez que un banco comunitario está en funcionamiento, el proceso de formación fortalece el trabajo organizativo lo que resulta en que los ahorradores puedan emprender un negocio que resuelva no solo una necesidad económica de manera constante, sino también que atienda una necesidad sentida en la comunidad. Desde el inicio del planteamiento del negocio, los grupos están conscientes de la responsabilidad social que deben cubrir. A partir del conocimiento local, los grupos plantean oportunidades de negocio que resuelvan carencias locales pero además que disminuyan problemáticas sociales como la falta de alimentos, deterioro ambiental o bien, que fortalezcan las expresiones culturales. El hecho de que la microempresa se genere dentro de un grupo de ahorro, permite que los emprendedores tengan una experiencia previa de trabajo en equipo, manejo de efectivo y que hayan establecido mecanismos de control y manejo de conflictos internos. Estas son habilidades deseables que favorecen el florecimiento de las actividades productivas en organización.
El contexto local
La llamada región mixteca es una zona geográfica que se caracteriza por ser el territorio habitado por los Ñu Savi. La falta de condiciones óptimas para el desarrollo económico y la creciente necesidad de bienes de consumo han orillado a los pueblos mixtecos a la venta de su mano de obra fuera de su territorio. El fenómeno de la migración ha impactado en la composición del tejido social. Dada la alta expulsión masculina, muchos hogares han quedado bajo la jefatura femenina (López, 2012). Estos fenómenos hacen que las mujeres se re-definan y en muchos casos tomen el rol de proveedoras del hogar además de incorporarse en la arena pública de la toma de decisiones en la comunidad. En estas condiciones es que se crea el banco comunitario de Santiago del Río integrado en su totalidad por mujeres.
El principal problema para la integración del banco fue la carencia total de ingresos económicos de las mujeres en la localidad. De esta manera fue que se organizaron en torno a una actividad productiva que les permitiera generar ingresos económicos a partir de la transformación de los productos locales. Así fue que comenzaron a capacitarse en la manufactura de mermeladas. Los costos para la capacitación, la instalación del taller y compra de insumos se financiaron a partir de donativos con el fin de comenzar y fortalecer su actividad productiva. Finalmente, en el año 2011, se logró colocar sus productos en la primera cadena de autoservicios del país. Una limitante observada es que a la fecha, las socias ocupan las utilidades de la actividad en el mantenimiento del hogar. Hasta ahora no se han planteado la posibilidad de reinvertir para el crecimiento de su empresa.
Un decir constante en el mundo de las microfinanzas es que las mujeres son muy buenas administradoras y no menos que excelentes pagadoras. El propio Yunus nos dice:
El dinero que llegaba a la familia a través de las mujeres se traducía en muchísimo más beneficio para la familia que la misma cantidad de dinero llegada a la familia a través de los hombres, en todos los casos.
…si la madre era la prestataria, invariablemente el beneficio del préstamo iba directamente a los hijos. Nunca se veía nada distinto. El impacto de los ingresos de la madre en los hijos y las hijas de la familia es muy visible. Otra cosa que se nota es que ella maneja el dinero que recibe del banco con muchísima precaución y cuidado. Eso viene de la propia experiencia que tiene como mujer en una familia pobre: desarrolla la habilidad de gestionar recursos escasos en la familia.
Sin embargo, el hecho de que las mujeres sean buenas administradoras de los recursos domésticos y de las microfinanzas, no es sinónimo de que tengan cualidades para ser empresarias.
El sexo oculto del dinero
Se dice que un empresario es aquel que utiliza el dinero y el trabajo de otros para sus propios fines con la intención de generar riqueza a partir de la utilidad que el dinero le puede proporcionar y de la plusvalía derivada de la mano de obra ajena. Bajo el esquema de microcréditos de los bancos comunitarios, el capital empleado para el emprendimiento no es totalmente externo, sino que se espera que se utilicen los capitales propios del fondo de ahorro. Por otro lado, una de las ventajas presumibles de la actividad es que las socias aporten su propia mano de obra para la operación del proyecto productivo. Bajo esta concepción tradicional, no podemos asumir que hablamos de verdaderas empresarias, mas aún, el uso de recursos propios, acarrea consigo una serie de complejidades que valdrá la pena revisar.
Clara Coria, psicoanalísta y feminista, en su obra “El Sexo Oculto del Dinero” (Coria, 2001), hace un análisis sobre la relación que las mujeres tienen sobre la generación y el uso del dinero y cómo éstas relaciones están íntimamente determinadas por la representación social de los roles de género, siendo que a través de la construcción social de los géneros, las mujeres adquieren una relación inequitativa con el uso del dinero lo que las pone en desventaja ante el manejo masculino de los recursos económicos.
La autora menciona que dada la moral aprendida en las sociedades judeocristianas, a las mujeres se les ha dejado al margen del uso del dinero públicamente. De hecho el trinomio mujer-espacio público-dinero, lleva implícita una referencia a la prostitución. Por otro lado, en el varón, la misma fórmula hombre-espacio público-dinero implica una posición de éxito y de virilidad. En este sentido, el hecho de generar dinero y su uso en la arena pública conlleva en las mujeres un sentimiento de culpa que las acompaña a lo largo de su vida y que no desaparece del todo, aun cuando la mujer se considere lo suficientemente independiente.
Esta condición de culpabilidad hace que la mujer busque su redención en el uso de su dinero en el bienestar de la familia. Es común entre las socias de los bancos comunitarios que el destino de su ahorro y las utilidades de sus pequeñas empresas se destinen a satisfacer la alimentación, vestido y educación de los hijos principalmente. La mujer interpreta este gasto como una inversión a largo plazo, sin embargo, son los bienes materiales (vehículos, inmuebles y demás activos fijos de las empresas) manejados por el hombre lo que en realidad constituye un patrimonio tangible del cual las mujeres se autoexcluyen, manteniéndose en una posición que les niega la posibilidad de situarse como empresarias que piensen en actividades que requieren un uso de inversiones y gasto mayor.
La autora establece dos dimensiones del dinero lo que en su obra llama dinero chico y dinero grande. El primero es aquel del ámbito doméstico que sólo es evidente en la ausencia. Es en esta arena donde la mujer toma decisiones. Por otro lado, el dinero grande, ligado a los bienes visibles, es manejado por los hombres. En el campo de los microcréditos, observamos también que éstos son los destinados a proyectos de mujeres (etiquetados como “micro” desde la programación presupuestal pública). En contraste, los proyectos que implican mayor inversión casi siempre son operados por grupos de hombres o involucran a éstos en la administración de los recursos económicos.
En síntesis, respecto al paradigma de la generación de ingresos como indicador de desarrollo humano, Coria concluye que al evaluar el grado de independencia de una persona, se debe tomar en consideración su capacidad para usar el dinero con autonomía y no solamente la capacidad que ésta tenga para generarlo. El hecho de ser hábil en generar recursos económicos no implica que se haya creado de igual manera la habilidad para usarlo con autonomía y en pos de un desarrollo personal sustentable. En otras palabras, la definición de empresaria nos remite a la premisa invariable de que ésta tiene la capacidad de usar el dinero (propio o ajeno) con plena autonomía.
Ante esta disyuntiva, la tarea se vuelve incluso más complicada. No bastaría con generar proyectos económicamente exitosos, con acceso a los mercados, sino que también habrá que explorar la relación que las mujeres tienen respecto al uso del dinero y de igual manera, la relación que las instituciones van forjando en cuanto a la toma de decisiones sobre el “dinero grande” de los grupos de productoras.
Conclusiones
Después de revisar la experiencia del trabajo con mujeres y los alcances de sus ahorros como capital líquido, podemos concluir que los bancos comunitarios han sido una opción considerable para hacer frente a las necesidades de efectivo en comunidades donde las instituciones financieras son escasas o nulas. La organización en torno a la administración de su propio instrumento de ahorro y crédito fortalece las relaciones entre las mujeres lo que tiene un efecto doble ya que a la par que se genera un capital económico se observa el fortalecimiento del capital social local.
A pesar del éxito que las microfinanzas tienen entre grupos de mujeres, no se observa el mismo comportamiento al momento de emprender un negocio. Para que exista un manejo autónomo de los recursos financieros, no basta con que las mujeres sean capaces de generar ingresos, sino que es prioritario que la relación de los grupos femeninos con el dinero sea transformada realizando una reflexión colectiva.
Bibliografía
Coria, C. (2001). El Sexo Oculto del Dinero. Buenos Aires: Paidós.
López, C. (2 de junio de 2012). Crecen hogares con jefas de familia por violencia intrafamiliar. Noticias.